Savannah
Presente
“Bayview es como la prisión para
Steve. Cuando él no está aquí piensa que puede hacer cualquier mierda y
escaparse,” explica Gid mientras maneja por una amplia carretera asfaltada con
grandes mansiones de piedra a cada lado.
“¿Dónde estamos?” Me giro en mi
sitio mientras veo una parte de la ciudad en la que nunca he estado antes. Hay
un poco de tráfico, mucho verdor, y yardas y yardas de esgrima.
“En donde vas a conseguir las
cosas buenas,” responde Gid de forma misteriosa.
Hace dos giros y luego se detiene
a la velocidad de un caracol.
“Tengo miedo de preguntar cómo conoces
este sitio,” digo, observando el estrecho y oscuro valle a través del
parabrisas.
“Unos chicos del Alpha Zeta
vinieron aquí el otoño pasado. Creo que estaban tratando de presumirse ante Cal
y yo.”
“¿Quiero saber lo que hay
adentro?”
“Probablemente no,” el admite.
“Pero es exactamente el tipo de compañía que atraería a Steve.” Lo que
significa que está lleno de cosas sórdidas y degeneradas. “De hecho, ahí está.”
Señala a la izquierda.
Mientras pasamos, veo las curvas
distintivas del muy costoso auto deportivo de Steve. Gideon continúa por el
callejón y se estaciona en frente de una fila de setos que esconden un pequeño
camino de entrada.
“Espera,” me dice, y se voltea
detrás suyo para alcanzar la comida que compramos en el camino.
“¿Entonces la mortadela no es
para cenar está noche?” pregunto irónicamente.
“Si tenemos alguna que sobre, es
toda tuya.” El agarra una gorra negra del asiento trasero. “Aquí tienes.”
La tomo y le doy vuelta. “¿Este
es nuestro disfraz?”
Él se coloca otra a juego sobre su cabeza.
“Sip. No hay ninguna cámara aquí atrás, pero sólo por si acaso. Además, te ves
caliente como el infierno con una gorra de béisbol.”
Él me da una sonrisa rápida y luego
salta fuera del Rover. Me pongo el gorro en la cabeza y luego rebusco en mi
bolso una liga de pelo. El único inconveniente de tener grandes rizos es que se
interponen en el camino. Para cuando termino de envolver mi cabello, Gideon
tiene la puerta abierta.
“¿Lista?”
“Lista,” respondo, tomando su
mano.
Agarrando mi palma fuertemente
sobre la suya, él empuja la puerta con su cadera y luego me lleva por el silencioso
callejón.
Mientras pasamos de un auto caro
a otro, la curiosidad me gana. “Tengo que saber. ¿Exactamente qué es lo que
hacen todos aquí?”
Él encoje los hombros. “¿Cuánto
dinero tienes y qué es lo que quieres?
Esos son prácticamente los únicos criterios.”
Mi imaginación corre
salvajemente, pero no hago más preguntas porque llegamos a las ruedas de Steve.
Gideon saca la botella de super goma y un pequeño cuchillo de cocina. Él se
inclina al lado del neumático del acompañante. “Aquí, sostén esto,” dice,
alcanzándome el tubo de pegamento.
Lo agarro con mis manos sudorosas
y lo observo mientras desenrosca el tapón de la válvula y presiona la punta del
cuchillo contra el accesorio metálico. El aire hace un silbido ya que se escapa
del neumático.
“Estoy dejando salir el aire y
luego vamos a pegar la tapa de nuevo,” explica.
“¿Para qué son la mortadela, el
queso y la mantequilla de maní?” Tenía serias dudas cuando puso esos artículos
en la canastilla del supermercado, pero decidí esperar y ver cuáles eran sus
planes.
“Vamos a poner el queso en el
silenciador. Se debería derretir mientras conduce y apestará el interior del
automóvil. La mortadela tiene ácido fosfórico lo que hará que la pintura se
despegue. Lo mismo con la mantequilla de maní.”
“¿Y la mayonesa?”
“Eso es para el parabrisas.”
“¿Esto es lo que has estado
aprendiendo en la universidad?” Suspirando, cambio el pegamento por la tapa de
la válvula.
Él encaja la tapa de regreso
sobre la válvula y se mueve hasta el siguiente neumático. “Cal y yo pasamos una
noche de borrachera buscando usos destructivos que le podemos dar a la comida.
Estaba circulando un artículo que decía como construir bombas usando diferentes
cosas que puedes comprar dentro de un aeropuerto y eso se convirtió en una
discusión sobre si pudiéramos construir un explosivo con las cosas que compras
en una tienda de comida orgánica.”
“Es una discusión muy saludable,”
bromeo.
“Lo sé, ¿verdad? Somos
simplemente un par de intelectuales.”
Mientras él terminaba con las
llantas y el silenciador, yo empecé con la mayonesa. Es casi divertido esparcir
la mayonesa por el parabrisas. Tarareando, vacío el contenido sobre el mismo
limpia parabrisas y luego regreso atrás donde la mochila para coger la
mantequilla de maní. Tengo las dos puertas, el parabrisas y el capó de carro
decorado para cuando Gideon se me une.
“Ta da,” digo, tirando mi brazo
hacia el auto.
Él asiente con aprobación. “Buen
trabajo.”
Una risilla tonta se escapa. “El
vandalismo se siente muy bien. ¿Qué pasa si me quedo atrapada en esto?”
“Mi cuenta de fideicomiso es
bastante decente. Creo que podría pagar una fianza.” El agarra mi mano y
trotamos hasta el Rover.
“Probablemente me siga metiendo
en problemas si tú me sacas,” le advierto.
Sus labios se tuercen mientras
arroja su mochila llena de condimentos en la parte trasera del Rover. El ardor
en esa sonrisa podría mantenerme caliente durante todo el invierno de Carolina.
Respiro profundamente solo para encontrarme sin aliento casi de inmediato.
Gideon toma mi muñeca y me
acerca. “Como dije, tengo tu fianza cubierta.”
Me siento inestable. Mis tobillos
están débiles y mi centro de gravedad está inclinado hacia Gid. “¿Cómo para
cuantas veces?”
“Todas las que necesites.” Su
boca está a un susurro de la mía. Huelo la menta en su aliento, siento el aire
caliente sobre mi mejilla. “Por el tiempo que necesites.”
Su mano se desliza por mi muñeca,
girando más allá de mi codo y sobre mi hombro, por el hueco al lado de mi
rostro. Dejo de respirar entonces. El aire está muy pesado para llenar mis
pulmones. Tengo miedo de que cualquier movimiento lo haga desaparecer, como lo
hizo en mis sueños pasados.
“Savannah,” él murmura. Su pulgar
se desliza sobre mi barbilla y luego se presiona sobre la mitad de mi labio
inferior.
Siento ese contacto por todo el
camino hasta mi corazón. Sus dedos giran alrededor de mi nuca. Lentamente, él
me atrae hacia adelante, dándome el tiempo para alejarme. Me muevo. De
puntillas. Más cerca. Lo suficientemente cerca para eliminar la distancia entre
nosotros. Lo suficientemente cerca para que mis labios puedan saludar a los
suyos. Lo suficientemente cerca para sentir la subida y bajada de su pecho
mientras traga el aire. Lo suficientemente cerca para borrar el pasado, el
dolor, los remordimientos.
Lo suficientemente cerca para que
todo lo que conozca sea él.
Sus latidos suenan en mis oídos. Su
ternura es un dulce sabor en mi lengua. Nos besamos como si no estuviéramos en
el medio de la calle frente a un carro que acabamos de arruinar. Nos besamos
como si nunca nos hubiéramos peleado. Como si nunca hubiéramos dicho una mala
palabra sobre el otro. Como si nunca hubiéramos estado separados.
Su agarre se hace más fuerte como
si tuviera miedo de que fuera un sueño, y eso me hace sonreír, me da valor. Me
presiono contra él, moviéndolo hacia atrás hasta que su espalda choca contra el
Rover. Llevo mis brazos alrededor de su cuello y me recuesto, besándolo hasta
que se quede sin aliento.
El atrapa mis piernas. Debajo de
mí, lo siento reacomodarse, ampliando su postura, deslizando sus manos bajo mi
trasero y apretándome contra él. Lo extrañé tanto.
Mis dedos patinan sobre el
dobladillo de su camisa y luego debajo para medir y marcar los abdominales
esculpidos por horas en la piscina y el gimnasio.
En un torbellino de movimientos,
Gideon abre la puerta del carro y me hace caer hacia atrás sobre el suave cuero
graso. El empuja su duro cuerpo encima del mío, adaptándose al espacio que es
familiar y extraño al mismo tiempo. Su boca está en mi cuello y sus manos están
palmeando por todos lados.
“Afuera.” Tiré de su camisa.
“Esto tiene que salir.”
Él lo saca por su cabeza, y me
tomo un momento para apreciar la obra de arte que es el torso de Gideon Royal.
Dios fue muy generoso cuando creo a Gid. El no solo tiene un rostro hermoso—esa
dura mandíbula, su nariz recta, sus labios carnosos, sino que tiene un cuerpo
que haría envidiar a una estatua.
Me lamo los labios con
anticipación. “Lindo.” Y luego le hago un gesto para que venga hacia mí. Él lo
hace sin decir palabra alguna.
El me saca mi propio top. Le
ayudo a sacarlo. Lleva su boca a mi clavícula, sobre mi sujetador de encaje,
luego deja besos traviesos sobre mi estómago. Él se mueve más abajo. Lo ayudo
con mis botones, cremalleras y cordones y luego con sus botones, cremalleras y
cordones.
Y luego solo somos nosotros dos,
borrando nuestro pasado, aliviando nuestras heridas, y reemplazando todo lo
malo con nuevas y preciosas memorias.
“Savannah,” él susurra, sacando
las tres sílabas hasta que se sientan como todo un estribillo. El besa la curva
de mi mejilla, frota su nariz sobre mi barbilla, besando el caliente hueco
entre mis pechos. “Savannah,” él repite. “Te he extrañado.”
Hay verdadera soledad en sus
palabras. Una seriedad que no puedo desechar.
“No me dejes ir esta vez,”
murmuro sobre su sudorosa piel.
“No lo haré. Nunca lo haré. Te
amo, Savannah.” Él se tira sobre mí, sus brazos tiemblan por el esfuerzo.
“Desde el momento que te vi, mi corazón fue tuyo. Por favor dime que me aceptas
de regreso.”
Me estiro y lo atraigo hacia mí,
piel caliente sobre piel caliente. “Lo hago. También te amo, Gideon. Traté de
detenerlo, pero es imposible. Nunca podrás deshacerte de mí.”
No es un trato; es una promesa.
Sus ojos brillan con felicidad y su cabeza se sumerge para encontrarse con la
mía una vez más. Lo acerco más, más profundo. Hasta que, en el callejón lleno
de pecado, purgamos la oscuridad y la reemplazamos con nuestro puro y dulce
amor.
Tarde, mucho más tarde, él se
recuesta al lado mío. La fresca brisa se filtra a través de la puerta que está
abierta. Gideon es muy alto para caber adentro. La exposición debería hacerme
temblar, pero en cambio me río. Toda una multitud de personas podrían haber
estado desplazándose alrededor del carro y yo hubiera sido ajena.
“¿Qué?” él se burla.
“Nada.” Pero me siento,
cepillando mechones de cabello húmedo lejos de mi rostro. “Deberíamos irnos.”
Miro alrededor buscando mi camiseta.
Él se endereza. “¿Sin merodear en
frente de la escena del crimen?”
Le alcanzo su camisa. “Es la
regla número dos del manual de Bonnie y Clyde.”
“¿Cuál es la regla número uno?”
Le lanzo una sonrisa. “Siempre
cometer sus crímenes en conjunto.”
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