Gideon
Hace tres años
“Demonios, Sav. No puedo ir
ahora. No te estoy ignorando, pero tengo algunas cosas con qué lidiar aquí. ¿No
puedes dejarlo así?” Aprieto el teléfono en mi puño. ¿Por qué no puede entender
que si pudiera, estaría con ella? Como si pasar el tiempo con mis cuatro
escandalosos y odiosos hermanos menores fuera mejor que estar acostado sobre el
dulce aroma del dormitorio de Sav, bajo las cortinas transparentes que están
envueltas alrededor de su cabecera.
Pero mamá se fue a otra de sus
fiestas y no puedo dejar que se lleve a Easton. Reed y yo estamos tratando de
dejar al niño limpio. Pero si lo dejamos solo otra vez, ella lo manipulará para
que le compre más píldoras.
“Lo siento. No quería hacerte
enfadar.”
La innecesaria disculpa de
Savannah me rompe por dentro. Quiero gritar la larga lista de cada maldita cosa
que está mal en esta casa, pero lucho contra el impulso hasta que esas grietas
estén cubiertas y selladas.
“No es nada,” miento. “Solo voy a
jugar videojuegos con mis hermanos.”
“Videojuegos. Vas a jugar
videojuegos con tus hermanos en lugar de salir conmigo. ¿Estoy escuchando
bien?”
Le doy una tensa sonrisa. “Sí,
suena loco, pero olvidé que le prometí a Easton que jugaríamos.”
“¿Quieres que hable con ella?”
Susurra Dinah detrás de mí, solo que no suena realmente como un susurro. Cubro
el altavoz del teléfono, pero ya es muy tarde.
“¿Quién está ahí?” pregunta Sav.
“Nadie.” Le hago un gesto de
enojo para que Dinah se fuera. Dinah solo rueda sus ojos.
Sav no responde inmediatamente.
Sabe que estoy mintiendo. Sé que lo sabe, sin embargo, permanezco en silencio.
Su aceptación a mi comportamiento de mierda me enoja irracionalmente. Grítame, murmuro en silencio. Rétame por mi gilipollez.
Como era de esperarse, no lo
hace.
“Está bien, Gideon. Llámame
cuando tengas tiempo.”
“Nos vemos, Sav.”
“Te amo,” dice, sin percatarse
que está clavando el cuchillo aún más adentro.
Ahogo las mismas palabras en
respuesta y luego cuelgo. Presiono el borde del teléfono sobre mi cabeza,
clavando el rígido estuche en mi sien como si la presión fuera a quitarme el
dolor de cabeza que me está dando.
“Estás haciendo lo correcto,” me
dice Dinah. “Si arrastras a esa dulce e inocente niña a este desastre, la vas a
hacer sentir responsable de alguna manera, y se añadirá a tu dura carga.”
“Me importa una mierda esa
llamada carga,” murmuro. El espacio entre mis omóplatos empieza a picar. No me
siento muy cómodo de tener a Dinah muy cerca de mí, pero esa mujer no conoce de
límites. Ella siempre invade mi espacio.
Dinah estira su brazo alrededor
de mis hombros, dejando sus dedos colgando sobre mi pectoral izquierdo. “La
mejor manera de protegerla del sufrimiento es alejándola. Es un acto de
desprendimiento, Gideon. Algo que solo unas cuantas personas estarían dispuestan
a hacer. Te admiro mucho por eso.”
“No deberías. Me siento como un
gran pila de mierda de perro en estos momentos.”
Sus uñas chocan contra mi pecho. “No
deberías. Y un día, pronto le explicarás todo esto y ella se lamentará por
haber estado enfadada contigo, siquiera por un segundo.”
“El problema es que ella no está
enfadada.” Guardo mi celular en mi bolsillo. “Ella está aceptando todo esto y eso
hace que todo sea peor”.
Dinah chasquea la lengua y se
acerca aún más. “Es porque es joven. ¿Cuántos años dijiste que tenía?”
Llevo mi peso a un costado y
trato de alejarme. Luego me pregunto cuánto debo confesar. Cuando Sav y yo
empezamos a salir, estúpidamente asumí que tenía dieciséis. Pero no. Ella no
cumplirá los dieciséis hasta el mes siguiente, lo que significa, técnicamente,
que ella es una jailbait[1]
desde que cumplí los dieciocho en agosto. Pero es Dinah, y ella no va a
delatarme. Después de todo, hay secretos más grandes y mejores en la familia
Royal de los cuales puede parlotear.
“Tiene quince. Cumplirá dieciséis
en diciembre.”
Dinah pone los ojos en blanco
antes de que una maliciosa sonrisa apareciera en su rostro. “Por qué, Gideon,
no tenía idea de que te gustara lo prohibido.”
“No me gusta.” Frunzo el ceño. “Pensé
que era mayor.”
“Claro que sí,” dice con una voz
cantarina. “No te preocupes, asaltacunas. Yo te cubro la espalda. Ni una
palabra a nadie.” Ella desliza dos dedos sobre sus labios.
“Te lo agradezco,” le digo, y me
muevo nuevamente para dejar más espacio entre su cuerpo y el mío.
Dinah solo rompe la distancia. Su
toque siempre llega a mi espalda. No se siente bien, pero no sé cómo decirle
que se detenga. Ella quiere saber por qué, y yo no tengo una respuesta concreta
—solo un sentimiento de que su contacto físico no le caería bien a Savannah.
¿Pero cómo hago notar que el pecho de Dinah está rozando mi brazo si ser rudo?
Además, esta especie de contacto
no significa nada para Dinah. Ella está tratando de ayudarme. Me he dado cuenta
que es del tipo sentimental, y no voy a ofenderla actuando como un niño inmaduro
para resistir un beso en la mejilla de una figura materna.
“Siempre estaré para ti, Gideon,”
murmura Dinah, sus labios casi rozan el lóbulo de mi oído.
Yo sé que ella no trata de sonar
sugestiva, pero a veces así es como mi cerebro de lagarto lo interpreta. “Gracias.
Creo que voy a ver qué es lo que hay para cenar.” Sin esperar por una
respuesta, me doy a mí mismo una bofetada interna en la cara y me dirijo a la
cocina.
Sandra está ocupada cortando las
cebollas en el centro de la isla. Hay dos ollas en la estufa, y el olor que
invade la cocina es increíble. Mi estómago gruñe.
“¿Qué tenemos para hoy?” pregunto,
deslizándome hasta el mostrador.
“Pollo parmesano.”
“Genial. Les avisaré a los chicos.
¿Dentro de cuánto tiempo deberíamos bajar?”
“Cuarenta minutos,” dice.
“Extraordinario. Eres la mejor,
Sandy.” Le doy a la ama de llaves un abrazo con un brazo antes de dirigirme de
regreso a las escaleras.
Pongo un pie sobre el escalón
cuando Sandra despeja su garganta.
“¿Si?” miro por encima de mi
hombro.
Ella titubea y luego dice, “¿La
señora Dinah se nos unirá?”
“¿Ella come?” bromeo. Dinah es
delgada como un riel. No veo muchas cosas entrar a su boca a excepción del Skinny Vodka.
“Últimamente he estado cocinando
más para esa mujer de lo que he hecho para la señora María,” se queja Sandra. “Estaba
preocupada.”
¿De qué? ¿De qué mamá no comiera
mucho su comida o que Dinah comiera mucho de ella? Pero preguntar sería como
preguntarle a alguien que cartucho de dinamita quisiera encender primero. Ambas
preguntas terminarán en un llanto innecesario.
“Ella está tratando de ayudar,”
digo defendiendo a Dinah. Ella fue quien trajo al doctor Whitlock cuando le
mencioné que me preocupaba el hecho de llevar a mamá al hospital. Mamá hubiera
odiado que todos supieran acerca de su condición.
“¿Así es como lo llamamos estos
días?” Sandra murmura.
Ya que no tengo idea de lo que
ella quiere decir, lo dejo pasar. Pero arriba de las escaleras, me pregunto. ¿El
resto de la gente que me ve interactuar con Dinah piensa que hay algo entre
nosotros? No, por supuesto que no, me aseguro a mí mismo. La mujer es casi una década
mayor que yo. Además, para efectos prácticos, Steve es mi tío y eso convierte a
Dinah en mi tía. Ella no es nada más que una gentil pariente mayor que está
tratando de ayudar a la familia a sobrellevar un difícil momento.
Últimamente, creo en Dinah.
Contarle a Sav todo lo que está pasando en esta casa le causaría úlceras a la
pobre chica. Es mejor que por ahora mantenga esto guardado para mí. Una vez que
le se solucioné el asunto, le confesaré todo. Es mejor pedir perdón que pedir
permiso, ¿verdad?
Sí.
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